- Tributo del diez por ciento que sobre el valor de ciertas mercancías recibía el rey.
- Contribución que pagaban los fieles a la Iglesia, consistente en la décima parte de sus frutos.
Sin embargo, tenemos ante nosotros una noticia de El País del 2006 que parece negar la situación que ya en 1837 era suprimida por ley (o al menos con el nombre de diezmo). El caso de dos campesinos coruñeses que se ven aún atados a la ofrenda de un diez por ciento de sus obtenciones en unos campos que siguen siendo de la Iglesia. ¿Por qué ocurre esto? Muy sencillo: los campesinos quieren vivir y la Iglesia seguir ganando; y nadie fuera de este círculo parece salir beneficiado o perjudicado de ello. Si además tomamos consciencia de que aún durante la primera mitad del siglo XX estaba totalmente asumido por parte de los labregos gallegos que debían ser sumisos a los hidalgos que amablemente les dejaban trabajar y habitar sus tierras; no nos debería extrañar esta situación. No es el mismo caso, por suerte no parecen quedar atisbos de esa grave situación, pero al menos nos hace darnos cuenta de que el diezmo no es nada descabellado teniendo en cuenta lo que se tenía que soportar tan solo una o dos generaciones atrás.
En 1993, como explica este extracto del periódico, fue aprobada por el Parlamento Gallego una ley que permitía la compra de aquellos terrenos que por deudas remontadas hasta siglos atrás pertenecían aún al clero. El precio a pagar, no poco costoso y por supuesto sujeto a posibles presiones por parte de la poderosa Iglesia, compensaba poco a los campesinos. En España tenemos muy asumido que no es problema meternos en hipotecas de hasta 40 años, así que podemos permitirnos hacer un paralelismo entre las dos situaciones. Salvo que en el primer caso, la vida de los labradores dependía de esas tierras que habían estado labrando durante toda su vida.
Y ahí no acaba la cosa: según este artículo, el pacto se reescribía en 1927, demostrándose que el asilo no tenía ningún problema en admitir que no se trataba de ningún despiste histórico, como tantos otros.
Este, desgraciadamente, no es el único caso reciente. Podemos encontrar, en un artículo del archivo de El País, de 1989, un caso en el que un campesino hubo de pasar no pocas peripecias para terminar con el arrendamiento al que se veía sometido. Y como estos dos, hay estimados hasta 800 tan solo en Galicia.